Rachel se encontraba a bordo del Aquitania cuando sintió que algo extraño le estaba sucediendo. Era como si ya no estuviera sobre la cubierta del barco, sino en un claro situado en medio de la selva contemplando a un grupo de personas semidesnudas y de piel bronceada, que le hacían señas con la mano para que se acercara a ellas. De repente, la escena se desvaneció, y Rachel cayó de rodillas y comenzó a orar.
De joven, Rachel Saint entregó su vida a Dios, dando inicio a una aventura asombrosa que se prolongaría durante décadas y lograría transformar de raíz a una cultura moribunda y anclada en la venganza. De forma totalmente inesperada, Dios la guiaría hasta los indios huaoranis de Ecuador, también conocidos como aucas, o «salvajes», tristemente célebres por su comportamiento sanguinario.
A pesar del martirio de cinco misioneros a manos de las lanzas huaoranis, Rachel permaneció firme en la voluntad de Dios para su vida. En uno de los mayores testimonios de nuestros días acerca de la gracia y el poder de Dios, esta traductora bíblica pionera viviría durante veinte años con los asesinos de su propio hermano, solo por el gozo de verlos convertidos en hermanos y hermanas en Cristo (1914-1994).